Don Pasquale, música de Gaetano Donizetti.
Firenze, a 14 de enero de 2011.
Tras un año sin visitarlo, me reencuentro con un buen amigo, el simpático Don Pasquale. Sigue igual de fresco y jovial que hace un año (…y siglo y medio), no se le notan los achaques ni hay en él rastro de agotamiento, y eso que sus amigos-parientes Ernesto, Malatesta y Norina no hacen más que marearlo. No se lo merece. Es un hombre de bien, con sanas intenciones, que no pide más que casarse con una mujer sencilla y cariñosa que herede sus posibles. Su sobrino Ernesto, el heredero en principio, quiere quedarse con todo, y a la vez casarse con quien ama, Norina, mujer de armas tomar. No contento con vivir en casa de su tío a sus treinta años sin dar palo al agua, con todos sus caprichos pagados, quiere casarse con Norina, heredar de Pasquale y derrochar su fortuna con ella. Don Pasquale no aguanta más, lo echa de casa y le dice que se casa con la falsa hermana del Doctor Malatesta, que viene a ser Norina. Ambos han planeado una malévola estrategia diseñada para confundir tanto a Pasquale que decida aceptar casi a la fuerza el matrimonio de Ernesto y Norina. Claro, después del grosero comportamiento de Norina con sus costumbres y su casa, haciendo y deshaciendo a su antojo, el adorable anciano decide cortar por lo sano y darles la razón, más que nada para que se callen y le dejen vivir sus últimos años.
(Argumento poco ortodoxo, contado a mi manera, porque los «malos» también tienen sus motivos, y no son tan ogros como los pintan).
Sin duda, y valorando mucho el divertido vodevil de Don Pasquale, lo más preciado es la música del maestro Donizetti, ya de por sí bufa y elegante, conceptos aparentemente contradictorios pero fundidos en esta ópera. Su obertura enlaza dos de sus melodías más conocidas, la del aria de Norina del Acto I (más festiva y golosa), y la del aria de Ernesto del Acto III (más amorosa y nocturna), con una coherencia impecable y dibujando el ambiente jocoso de la ópera.
La estructura es tradicional y cerrada, con sus arias y dúos bien delimitados, tanto entre ellos como dentro de ellos, es decir, que la mayoría de arias/dúos cuentan con su primera parte más lenta y su segunda más viva. Es difícil destacar algún fragmento dada la homogeneidad de la alta calidad de la ópera, sin altibajos ni momentos vagos, aunque sí comento que mis favoritas son el aria de Norina del Acto I, el final del Acto II y el complicadísimo dúo de Don Pasquale y Malatesta del acto III.
La función de ayer tuvo puntos fuertes y también débiles. Comencemos por los primeros.
La orquesta y su dirección (Riccardo Frizza). Matrícula de honor sin reservas. Si ya de por sí Don Pasquale es una ópera luminosa, el maestro Frizza le sacó aún más brillo. Sonaba a caramelo. Se derretía en la boca como un buen merengue. ¡Y qué ritmos! A la altura del mejor Riccardo Muti. El humor puede y debe ser elegante, y eso es precisamente lo que nos quiso trasmitir Frizza. Bravissimo!
Malatesta (Fabio Cappitanucci). Notable alto a este barítono de bella voz, eficaces recursos expresivos, buena técnica, solvente registro agudo y bastante gracioso en su actuación.
Don Pasquale (Bruno de Simone). Notable. Teniendo en cuenta que Sesto Bruscantini murió y Enzo Dara ya está retirado, De Simone podría ser uno de los mejores Don Pasquale de hoy en día, estando a años luz de los anteriormente citados. Más cercano a Dara que a Bruscantini por timbre vocal y por la moderación en su expresión (divertido pero sin sacrificar demasiado el canto en detrimento de exageraciones expresivas para hacer reír), De Simone cumplió sobradamente con su rol, con el inconveniente de su volumen vocal, que a veces se queda corto y la orquesta lo tapa, y sin contar tampoco con una técnica suficientemente ágil para brillar en su dúo con Malatesta, donde tuvo que respirar 2 veces cuando se puede cantar todo sin tomar aire.
Norina (Cinzia Forte). Notable. Norina es otro personaje que se las trae. Es preciso combinar una voz limpia, aseada y ágil con una expresión picaruela, divertida y a veces tierna. Cinzia tiene más de lo segundo que de lo primero. Sus tablas en el escenario y su recreación canora del personaje las demuestra con creces, pero es en el aspecto vocal en el que no destaca. Para Norina personalmente prefiero voces algo más ligeras, más precisas en la coloratura, menos borrosas. No estaba nada mal, porque tuvo momentos maravillosos en el segundo acto y en los dúos del tercero, aunque su voz no es del todo apropiada, pero sí puede cantar perfectamente el papel.
Ernesto (Mario Zefiri). Aceptable justito. De la misma forma que uno agradece que los buenos cantantes asuman riesgos para lucirse, también lo hace cuando los mediocres van a lo seguro y no se dedican a estirar los agudos y a intentar un «más difícil todavía». Eso fue lo que nos ofreció el tenor de anoche. Si bien contaba con un buen registro central, el agudo le daba problemas (aunque él no fuera muy consciente por lo visto/oído). La diferencia de timbre entre el registro central y el agudo (y también el grave) debe ser mínima, mejor si es inexistente, y a Zefiri cada vez que ascendía el agudo le cambiaba la voz, como si fuera un cantante distinto. Adelgazaba el sonido de una manera rarísima, un tanto afeminada. Y eso no es todo. Se creía el rey del mambo: se inventaba agudos donde nunca los ha habido (si te los inventas, qué menos que los sepas hacer), e intentaba hacer medias voces que le salían como falsetes. Un creído, pero con buena voluntad. No lo suspendo porque quizá sea yo muy exagerado. Siempre he tenido más manía a los tenores.
La puesta en escena estuvo bastante divertida, porque al ser una casa con 3 pisos la escena del momento se desarrollaba en uno, y en la cocina siembre había un criado haciendo algo, o quizá un personaje que no estaba en ese momento cantando y no tiene papel en esa escena, se le mete en la historia espiando a los otros cantantes o hablando con los criados, por ejemplo.