un cantar. Canta el alma por la mano.
Fuera reina la calma
y un eco con acento sevillano.
Dentro, la algarabía.
En un bar, canto, priva y simpatía.
Tasca de rico espacio.
En la pared, imágenes piadosas.
Detrás, un San Pancracio
una balda sostiene. En sus losas
el ebrio se entretiene
y el sobrio no lo es, cuando el vino viene.
Ya copa contra copa,
por brindar. Espontánea así la risa,
como ajada la ropa.
Remangada y abierta la camisa,
Enrique, el camarero,
baila rumbas con pose de torero.
En el aire vibrando
aquella sevillana obscena a voces
alzadas va anunciando
una vasta algazara por los goces.
Que, en esta tierra paya,
ríe igual la nobleza y la canalla.
Y mientras suena ésta,
ella, la de Jerez de la Frontera,
se apura y les contesta
con la gracia de algún decir cualquiera,
que de su tierra evoca.
Minerva y Baco. Brindan lira y copa.
Ya no hay palmas. Ya rojas
y cansadas cayendo van las manos.
Dentro reina la calma.
Uno a uno se van los parroquianos,
con las voces cascadas
y rotas y perdidas las miradas.
Felipe Santa-Cruz Martínez-Alcalá.
Sevilla, 25 de mayo de 2009.
Ya palma contra palma,
un cantar. Canta el alma por la mano.
Fuera reina la calma
y un eco con acento sevillano.
Dentro, la algarabía.
En un bar, canto, priva y simpatía.
Tasca de rico espacio.
En la pared, imágenes piadosas.
Detrás, un San Pancracio
una balda sostiene. En sus losas
el ebrio se entretiene
y el sobrio no lo es, cuando el vino viene.
Ya copa contra copa,
por brindar. Espontánea así la risa,
como ajada la ropa.
Remangada y abierta la camisa,
Enrique, el camarero,
baila rumbas con pose de torero.
En el aire vibrando
aquella sevillana obscena a voces
alzadas va anunciando
una vasta algazara por los goces.
Que, en esta tierra paya,
ríe igual la nobleza y la canalla.
Y mientras suena ésta,
ella, la de Jerez de la Frontera,
se apura y les contesta
con la gracia de algún decir cualquiera,
que de su tierra evoca.
Minerva y Baco. Brindan lira y copa.
Ya no hay palmas. Ya rojas
y cansadas cayendo van las manos.
Dentro reina la calma.
Uno a uno se van los parroquianos,
con las voces cascadas
y rotas y perdidas las miradas.
Felipe Santa-Cruz Martínez-Alcalá.
Sevilla, 25 de mayo de 2009.